Los sonidos
Creía estar escuchando cosas. Pero cuando los hijos de Jaime Navarro empezaron a contarle los extraños sonidos que habían escuchado en el patio trasero, supo que algo pasaba y tuvo que investigar.
Esto había estado sucediendo durante semanas, y Jaime pensó que todo estaba en su cabeza. Ahora que dos pares de oídos más habían escuchado los extraños zumbidos junto al árbol, era hora de ver qué estaba pasando realmente. Podían escucharlo procedente de un viejo árbol que daba sombra bajo el duro sol de Nevada. Pero Jaime no tenía ni idea de lo que estaba a punto de encontrarse.
Algo pasaba
Se quedó mirando el viejo árbol, pensando en los extraños ruidos que no le habían dejado dormir. "Papá, ¿lo has vuelto a escuchar?", le preguntó su hija Marta.
Lo único que pudo hacer fue asentir. Como un zumbido lejano, el sonido parecía llegar por la noche, bajo y constante. Su hijo Benjamín también lo había escuchado. "Es espeluznante", dijo, mirando nerviosamente hacia el patio trasero. Aunque Jaime no quería asustar a los niños, sabía que algo pasaba. "Mañana echaré un vistazo más de cerca", dijo.
El murmullo
Al día siguiente, como había prometido, Jaime rodeó el árbol de su jardín. Cuando acercó el oído al tronco, esperaba que se hiciera el silencio. Ahí estaba, el zumbido, débil pero inconfundible.
Al golpear la corteza, se preguntó si algún animal habría excavado debajo. A pesar de ello, nada parecía fuera de lugar. "¿Será el viento?", se preguntó. Sin embargo, no había brisa. Confundido, Jaime decidió esperar y observar. Lo corroía la curiosidad, pero aún no estaba preparado para actuar.
Millones de preguntas
Sara, la mujer de Jaime, escuchó sus descubrimientos durante la cena. "El sonido es real", le dijo. "Definitivamente viene del árbol". Marta y Benjamín intercambiaron miradas preocupadas. "¿Crees que es peligroso?". preguntó Sarah, ligeramente preocupada por la extraña expresión de su rostro. Jaime se encogió de hombros. No estaba seguro. "No lo sé, pero mañana llamaré a un cirujano de árboles. A lo mejor es algo inofensivo".
Mientras terminaban de cenar, el ruido resonaba en el fondo de sus mentes. Millones de preguntas se arremolinaban en sus cabezas, pero permanecieron callados. ¿Qué estaba causando aquel extraño sonido?
Dar vueltas en la cama
Aquella noche, mientras Jaime estaba acostado, dando vueltas en la cama, no podía dejar de pensar en los extraños sonidos. Cuando cerraba los ojos, podía escuchar el zumbido cada vez más fuerte, invadiendo sus pensamientos.
Cuando miró por la ventana, vio el viejo árbol que permanecía en silencio bajo la tenue luz de la luna. "¿Por qué ahora?" Suspiró en voz alta. Después de tantos años, ¿por qué había empezado el ruido de repente? Un suspiro escapó de sus labios mientras volvía a la cama, pero no pudo conciliar el sueño
Marcos
Un cirujano de árboles local llamado Marcos llegó esa misma tarde, después de que Jaime le llamara por la mañana. "¿Dijiste que había un ruido?" preguntó Marcos, con los ojos llenos de escepticismo.
"Sí, viene de algún lugar alrededor", explicó Jaime. Tenía la oreja pegada al tronco del árbol mientras escuchaba atentamente. Unos instantes después, dio un paso atrás, frunciendo el ceño. "Lo escucho", dijo. "Pero nunca me había encontrado con algo así". A Jaime se le encogió el corazón. "¿Y ahora qué?", preguntó.
Miedo
Marcos se rascó la cabeza mientras caminaba alrededor del árbol. "No son termitas, eso es seguro", confirmó, tachando la explicación más sencilla. El corazón de Jaime se llenó de miedo.
"¿Podrían ser tuberías subterráneas?". sugirió Jaime aunque ambos sabían que era poco probable. Marcos negó con la cabeza. "Por aquí no hay nada parecido. Quizá sean las raíces que se mueven". Pero ni siquiera él parecía convencido. Había algo extraño y mecánico en el zumbido. No sonaba natural. "Seguiré investigando", dijo.
Se sentían inseguros
Sara miraba desde la ventana de la cocina cómo Jaime y Marcos examinaban el árbol. Se sintió incómoda cuando los vio caminar de un lado a otro.
"¿Crees que estamos seguros aquí?", le preguntó a su marido cuando volvió a entrar en la casa. Él dudó al responder. "No lo sé, pero ya lo averiguaremos". Él compartía su preocupación. Siempre se habían sentido seguros en casa, pero eso estaba cambiando. Parecía que algo más oscuro les acechaba.
Se hizo más fuerte
Los ruidos extraños se intensificaron en los días siguientes. El zumbido constante podía escucharse incluso durante el día, y parecía vibrar a través del suelo. "¡Papá, es más fuerte!" dijo Marta una tarde mientras estaba cerca del árbol. Apretó la mandíbula. Algo lo estaba provocando y no iba a desaparecer.
El sonido se hizo más pronunciado, más insistente, como si algo bajo la tierra estuviera despertando. "Mañana", decidió, " vamos a tomar cartas en el asunto".
Una decisión
"¿Estás seguro de esto?" preguntó Sara mientras Jaime estaba en el patio trasero, preparado para talar el árbol. "Lleva aquí generaciones". Tanto ella como los niños adoraban el árbol. No podía imaginarse su jardín sin él.
Jaime asintió. "No veo otra opción. Algo no va bien". Dijo, con los hombros tensos. Aunque no quería admitirlo, cada vez le molestaban más los ruidos extraños. Le costaba dormir y tenía los nervios a flor de piel. "Quizá no sea nada, pero tenemos que saberlo", dijo, agarrando la sierra.
El intento final
Sin embargo, antes de cortarlo, Jaime decidió intentar una última cosa. Pidió prestado un detector de metales a un amigo y escudriñó alrededor del árbol. Si había algo metálico bajo tierra, podría explicar el zumbido. Mientras movía el detector, éste emitió un pitido furioso cerca de las raíces.
"He encontrado algo", murmuró Jaime. Al cavar un pequeño hoyo sólo se encontró más tierra. El pitido continuó. "¿Qué hay enterrado aquí?" se preguntó Jaime mientras el misterio se profundizaba aún más.
Descubrimientos inquietantes
La búsqueda de Jaime con el detector de metales no reveló nada concluyente, sólo más frustración. "Esto no tiene sentido", le dijo a Sara aquella noche. Ella le miró, con el rostro tenso. "¿Y si estamos perturbando algo que no deberíamos?". Jaime trató de no darle importancia, pero las palabras de la mujer le rondaban por la cabeza.
La idea de algo desconocido bajo su jardín le inquietaba. "Sea lo que sea, llegaremos al fondo del asunto", le aseguró, aunque no estaba seguro de cómo.
Un plan en marcha
A la mañana siguiente, Jaime se decidió. El árbol tenía que ir. Quedó con Marcos para que le ayudara esa misma semana. Mientras tanto, el ruido parecía aumentar, llenando el aire con su zumbido implacable. Una tarde, Benjamín entró corriendo en casa, con el rostro pálido.
"Papá, el suelo... está vibrando", dijo. Jaime salió corriendo y también lo sintió. Era débil pero inconfundible. "Está pasando otra vez", murmuró Jaime.
Rumores y susurros
La noticia de los extraños ruidos se extendió por el vecindario. Los vecinos empezaron a pasarse por allí, curiosos y preocupados. "¿Has escuchado algo nuevo?", preguntó un hombre al final de la calle. Jaime se lo guardó casi todo para sí, pero la gente hablaba. Algunos pensaban que eran aguas subterráneas, otros murmuraban sobre antiguas pruebas militares.
Las teorías volaban mientras el zumbido persistía. Pero Jaime sabía, en el fondo, que había algo más en juego. "Hay algo más", murmuró.
Se acerca el día
A medida que se acercaba el día de talar el árbol, Jaime no podía deshacerse de su creciente ansiedad. Los ruidos eran implacables ahora, colándose en cada momento de tranquilidad.
"¿Estás seguro de esto?" volvió a preguntar Sara, de pie a su lado junto a la ventana, mirando fijamente el viejo árbol. Jaime apretó la mandíbula. "No tenemos elección. Tenemos que saber qué hay debajo". El peso del misterio se sentía más pesado que nunca, pero ya no había vuelta atrás.
Noche de tensión
La noche anterior a la tala del árbol, Jaime apenas pudo dormir. El zumbido se había convertido en algo más profundo, casi como una vibración en las paredes de su casa.
Sara yacía despierta a su lado, igual de tensa. "Jaime, ¿y si...?", empezó pero no terminó. Jaime suspiró. Comprendía su miedo. Había algo antinatural bajo su jardín y mañana iban a descubrirlo. "Mañana traerá respuestas", susurró Jaime, más para sí mismo que para ella.
El cirujano de árboles regresa
Llegó la mañana y Jaime se reunió con Marcos junto al árbol. "¿Listo?” preguntó Marcos, colocando sus herramientas. Jaime asintió, aunque el estómago se le revolvió de ansiedad.
El ruido parecía más fuerte hoy, casi como si anticipara su plan. Mientras Marcos aceleraba la motosierra, Jaime tomó aire. Sarah y los niños miraban desde el pórtico, con la preocupación grabada en el rostro. El primer corte en el árbol resonó en todo el patio. Todos se estremecieron como si algo se despertara debajo.
El primer corte
La motosierra rasgó la gruesa corteza y Jaime sintió las vibraciones en los huesos. El zumbido se intensificó, ahora casi un estruendo. "Es como si el árbol estuviera vivo", bromeó Marcos con nerviosismo, pero su rostro estaba pálido. Las manos de Jaime se cerraron en puños cuando cada tajo en el tronco parecía hacer el sonido más fuerte, más furioso.
Marta se tapó los oídos. "Papá, ¿qué está pasando?", gritó por encima del ruido. Jaime no contestó, con los ojos clavados en el árbol que gemía.
Parada inesperada
Cuando Marcos había alcanzado la mitad del camino, la motosierra se detuvo de repente. "¿Qué ocurre? preguntó Jaime, acercándose. Marcos se secó el sudor de la frente.
"Simplemente... se ha parado. Es como si hubiera chocado con algo". A Jaime se le aceleró el corazón. "¿Algo dentro del árbol?". Marcos negó con la cabeza. "No, bajo tierra". Intercambiaron una mirada: el miedo y la curiosidad luchaban por el dominio. "Voy a por una pala", murmuró Jaime. Fuera lo que fuese lo que había debajo del árbol, les estaba impidiendo terminar el trabajo. La pregunta era: ¿por qué?
Cavar hondo
Con la motosierra inutilizada, Jaime y Marcos empezaron a cavar en la base del árbol. Cuanto más avanzaban, más fuerte se hacía el estruendo. "Esto no es normal", murmuró Marcos, con las manos temblorosas mientras cavaba. Jaime no respondió. Su mente se agitaba, preguntándose qué podría haber debajo de su jardín.
El suelo era denso y frío, casi antinatural. Entonces, la pala de Jaime golpeó algo sólido. ¡Clang! Se quedó inmóvil. "¿Qué... qué es eso?" gritó Sara desde el pórtico. Jaime no lo sabía.
Objeto metálico
Jaime se arrodilló, apartando la suciedad para revelar un objeto grande y metálico. Era liso y redondo, como una escotilla. "Marcos, mira esto", dijo Jaime, con la voz entrecortada por la sorpresa.
Marcos se inclinó hacia él, con los ojos muy abiertos. "¿Qué demonios es eso?” Jaime no contestó. Sus dedos recorrieron los bordes del metal, sintiendo un extraño calor que irradiaba de él. "Esto no son sólo raíces", murmuró Jaime, con el pulso acelerado. "Hemos descubierto algo... grande".
Descubriendo la escotilla
Siguieron excavando, revelando más de la superficie metálica. Era circular, de un metro y medio de diámetro, con un asa en el centro.
"¿Es una especie de búnker?". preguntó Marcos. Jaime negó con la cabeza. "No es ningún búnker que yo haya visto". Su experiencia en el ejército le había enseñado a reconocer las estructuras militares, y esto no encajaba. El zumbido parecía provenir del interior de la propia escotilla, vibrando en el aire. "¿Deberíamos abrirla?" preguntó Marcos vacilante.
Montajes en tensión
Jaime se quedó mirando la escotilla, con el corazón latiendo con fuerza. Sus intuiciones le gritaban que lo que hubiera dentro no estaba destinado a ser encontrado. "Papá, ten cuidado", llamó Marta desde el pórtico, con voz temblorosa.
Jaime asintió, agarrando el asa. La sentía cálida, casi viva, bajo su mano. Miró a Marcos, que estaba pálido y sudoroso. "Estamos juntos en esto", dijo Jaime, forzando una sonrisa. Marcos tragó saliva. "Acabemos de una vez". Juntos, tiraron de la escotilla para abrirla.
La cámara subterránea
Un profundo silbido se escapó al abrirse la escotilla, liberando una ráfaga de aire frío y viciado. Jaime se asomó al interior, su linterna atravesando la oscuridad. "Hay un túnel", susurró, con incredulidad en la voz. El túnel se extendía hacia abajo, desapareciendo en la tierra. Marcos soltó un grito ahogado.
"Esto no es un búnker", dijo. "Es una especie de... pasadizo". La mente de Jaime se agitó. ¿Qué habían descubierto? "Tenemos que bajar", dijo Jaime, con la adrenalina recorriéndole por dentro. "Pero no solos".
Al túnel
Jaime llamó a sus antiguos compañeros del ejército, Gonzalo y Santiago, explicándoles lo que habían encontrado. "Tienes que estar de broma", dijo Gonzalo por teléfono. "No es broma", respondió Jaime.
Horas después llegaron Gonzalo y Santiago, con los ojos muy abiertos al ver el túnel. "Esto podría ser militar", dijo Gonzalo, inspeccionando la abertura. "O algo más grande". Jaime asintió. Armados con linternas y cuerda, descendieron por el oscuro túnel. Cuando sus botas tocaron el suelo de piedra, a Jaime se le aceleró el pulso. ¿Qué les esperaba?
Un laberinto
El túnel era estrecho, húmedo y estaba revestido de piedra lisa. A medida que se adentraban, el zumbido parecía rodearlos y provenía de las propias paredes.
"Esto no es natural", murmuró Santiago, alumbrando hacia delante. El túnel se dividía en varios caminos. "¿Por dónde?" preguntó Gonzalo, con la voz tensa. Jaime miró fijamente los túneles que se bifurcaban, con una profunda sensación de presentimiento. "Seguiremos juntos. A la izquierda", decidió, aunque no tenía ni idea de adónde nos llevaría.
Marcas
A medida que avanzaban por el túnel de la izquierda, Jaime se fijó en unas inscripciones grabadas en las paredes. "¿Los reconoces?", preguntó señalándoselos a Gonzalo. Gonzalo entrecerró los ojos. "No. Pero parecen... oficiales, como del gobierno". El zumbido se hizo más fuerte, casi abrumador. Jaime sintió una extraña presión en los oídos.
"Tenemos que seguir moviéndonos", instó Santiago, con voz tensa. Jaime asintió, pero su instinto le decía que se estaban acercando a algo. Algo que podrían lamentar haber encontrado.
Descubrimiento inquietante
El túnel se abrió en una gran cámara subterránea, llena de maquinaria que zumbaba con una inquietante vida propia. "¿Qué es esto?” susurró Gonzalo, dando un paso adelante. Jaime se quedó mirando, con los ojos muy abiertos. La sala estaba llena de equipos antiguos, polvorientos pero intactos. "Esto parece... tecnología del gobierno", murmuró Santiago.
A Jaime se le aceleró el corazón. “¿Área 51?” preguntó Gonzalo, medio en broma. Pero Jaime no se reía. Las piezas estaban encajando. "Tenemos que llamar a las autoridades", dijo Jaime, con voz firme.
Órdenes de evacuación
Cuando llegaron las autoridades, echaron un vistazo a la cámara e inmediatamente ordenaron que todo el mundo saliera. "Esta zona está restringida", dijo un oficial, empujando a Jaime y a sus amigos hacia atrás.
"Su propiedad está siendo cerrada. Tendrán que evacuar". A Jaime se le encogió el corazón. "¿Evacuar? Pero si es mi casa". El rostro del oficial estaba inexpresivo. "Ya no es seguro. Su familia será reubicada". Sara miró a Jaime, con miedo en los ojos. "¿En qué nos hemos metido?".
Desalojo forzoso
Esa noche, Jaime y su familia recogieron sus cosas y vieron cómo los funcionarios invadían su patio. Llegaron camiones y equipos militares y bloquearon toda la zona. "¿Qué crees que hay ahí abajo?” preguntó Marta con los ojos muy abiertos. Jaime negó con la cabeza, incapaz de responder. Mientras se alejaban, volvió a mirar el árbol, que ahora era un montón de madera.
El misterio del túnel lo obsesionaba. Fuera lo que fuese lo que acostumbraba a haber debajo de su casa, lo había cambiado todo para siempre. "Algún día lo sabremos", murmuró Jaime.
Noche inquieta
Jaime no podía dormir. La casa a la que les habían trasladado era más pequeña y tranquila, pero su mente se agitaba. Pensó en el túnel, en la extraña maquinaria y en la evacuación.
"No puedo dejarlo así", murmuró a Sara. Ella negó con la cabeza. "Tenemos que mantenernos al margen, Jaime. No es seguro". Pero el instinto de Jaime le decía que había algo más. Tomó su teléfono y envió un mensaje a Gonzalo y Santiago. "Nos vemos esta noche. Vamos a volver".
Plan de medianoche
Gonzalo y Santiago esperaban a Jaime fuera de su nueva casa, linternas en mano. "¿Estás seguro de esto?" preguntó Santiago, mirando a su alrededor con nerviosismo. "Necesitamos saber qué está pasando", respondió Jaime. Agarró con fuerza la mochila llena de provisiones. "No pueden tomar mi casa así como así".
Gonzalo asintió, con los ojos decididos. "Hagámoslo, entonces. Pero tenemos que tener cuidado. Tendrán seguridad por todas partes". Jaime tomó aire. "Entraremos y saldremos".
Escabullirse de la seguridad
Los hombres estacionaron a una milla de la propiedad de Jaime, moviéndose silenciosamente a través de la noche desierta. "Allí", susurró Gonzalo, señalando al guardia apostado al frente. "No podemos ir por ahí". Jaime asintió y señaló hacia un lado, donde la vieja valla bordeaba la propiedad. "Nos escabulliremos por ahí".
Se agacharon y se movieron entre las sombras. El sonido del viento aullando a través de los árboles lo hizo sentir inquietantemente como los ruidos de antes. "Esto se siente mal", susurró Santiago.
La valla
Al alcanzar el límite de la propiedad, Jaime sacó unos alicates e hizo una pequeña abertura en la valla. "De uno en uno", susurró. Se deslizaron a través de ella, con los ojos escrutando el patio.
Las luces de seguridad parpadeaban cerca, proyectando largas sombras sobre el lugar donde una vez estuvo el árbol. "¿Escuchas eso?" preguntó Gonzalo, deteniéndose de repente. Jaime aguzó el oído. El zumbido había vuelto, débil pero presente, procedente del suelo. "Sigue activo", susurró Jaime.
De vuelta a la escotilla
Moviéndose en silencio, alcanzaron la escotilla ahora cubierta. "La han sellado", dijo Santiago, pateando la tierra que se amontonaba encima. Jaime se arrodilló y apartó la suciedad.
"Todavía podemos entrar", murmuró. Cavaron con las manos, sintiendo el frío metal que había debajo. "Deprisa", susurró Gonzalo, mirando a su alrededor. La escotilla crujió cuando Jaime la levantó, el sonido fue más fuerte de lo que esperaban. "¡Vamos, vamos!" dijo Jaime, metiéndolos en el túnel. Estaban dentro.
En las profundidades
El túnel parecía más frío que antes, y el zumbido reverberaba a través de las paredes de piedra. Jaime encendió la linterna y el haz de luz atravesó la oscuridad. "¿Adónde vamos?” preguntó Santiago, con la voz tensa. Jaime no contestó. Estaba demasiado concentrado en el camino que les llevaba hacia el interior del laberinto subterráneo.
Los símbolos de las paredes parecían más siniestros ahora, brillando débilmente a medida que pasaban. "Este lugar parece vivo", susurró Gonzalo. A Jaime se le retorcieron las tripas de miedo.
Encuentro inesperado
Cuando giraban en una esquina, el resplandor de las linternas llenó de repente el túnel. "¡Abajo!" siseó Jaime, empujando a Gonzalo y Santiago al suelo. Pasaron dos hombres con uniforme militar, con una conversación en voz baja pero urgente. "¿Has escuchado lo que han dicho?" susurró Santiago. Jaime negó con la cabeza.
"Es algo grande. Algo que están ocultando". Esperaron hasta que los hombres se perdieron de vista antes de continuar. "Tenemos que ver lo que están guardando", murmuró Jaime. Se le aceleró el corazón. Esto era peligroso.
La sala del núcleo
El túnel se abrió en la misma cámara que antes, pero ahora estaba totalmente iluminada, con equipos zumbando alrededor de la maquinaria. "Mira todo esto", susurró Gonzalo, mirando con asombro. El personal militar se movía alrededor, controlando las pantallas, mientras otros trabajaban en las máquinas.
En el centro había un gran dispositivo cilíndrico, zumbando con energía. "¿Qué es eso? preguntó Santiago con voz temblorosa. Jaime entrecerró los ojos. "Sea lo que sea, no debería estar aquí". Tenían que moverse rápido.
Un descubrimiento peligroso
Jaime los llevó más cerca, escondiéndose detrás de pilas de cajas. Vio un plano clavado en una pared. "Es un generador de algún tipo", susurró. "Mira la salida". Gonzalo jadeó.
"Esto podría alimentar... ciudades enteras". Santiago sacudió la cabeza. "O algo totalmente distinto". A Jaime se le heló la sangre. "Han estado utilizando nuestra tierra para algún tipo de proyecto secreto". Su mente se aceleró. "Esto es tecnología militar. Tenemos que salir de aquí antes de que nos encuentren".
La alarma
Justo cuando estaban a punto de salir, una fuerte alarma sonó en los túneles. Las luces rojas parpadearon y el personal se puso en guardia. "¡Saben que estamos aquí!" Gonzalo gritó. "¡Muevanse!" siseó Jaime, llevándolos de vuelta a los túneles. Los soldados inundaron la zona y sus pasos resonaron tras ellos.
"Estamos atrapados", jadeó Santiago, mirando por encima del hombro. A Jaime se le aceleró el corazón. "No, no lo estamos. Sigan avanzando". Pero en el fondo, temía que fuera demasiado tarde. Habían visto demasiado.
Perseguidos
Los túneles se retorcían y transformaban, pero el entrenamiento militar de Jaime se puso en marcha. Navegó a través de la oscuridad, escuchando las pisadas de los soldados cada vez más fuertes. "No podemos dejarlos atrás", jadeó Gonzalo, agarrándose el costado. "¡Tenemos que intentarlo!" instó Jaime, empujando hacia adelante. De repente, el haz de una linterna se clavó en la pared junto a ellos.
"¡Allí!", gritó un soldado. A Jaime se le cayó el estómago. "¡Tenemos que escondernos!", susurró, tirando de ellos hacia un estrecho hueco. Los soldados pasaron, pero era sólo cuestión de tiempo.
Una jugada arriesgada
Jaime pidió silencio, tomando aire mientras las voces de los soldados se apagaban. "Tenemos que volver a la escotilla", susurró Santiago. Jaime asintió. "Si podemos salir, quizá aún tengamos una oportunidad". Pero mientras avanzaban sigilosamente, la voz de un soldado ladró: "¡Allí!". Las linternas los cegaron.
"¡Corran!" gritó Jaime. Salieron corriendo por los túneles, esquivando soldados. La escotilla estaba a la vista. "¡Vamos, vamos, vamos!" Jaime empujó a Gonzalo y Santiago hacia arriba primero, con el corazón latiendo con fuerza.
Escape por los pelos
Cuando Jaime salió por la escotilla, los pasos de los soldados resonaron en la noche. "¡Vamos!", gritó, corriendo hacia la valla. Gonzalo y Santiago le siguieron, con la adrenalina a flor de piel.
Saltaron la valla justo cuando los soldados alcanzaban el patio. "¡Al suelo!", gritó una voz. Los tres se agacharon detrás de una colina cercana, con el pecho agitado por el cansancio. "Apenas lo logramos", jadeó Santiago, mirando hacia la propiedad, ahora repleta de soldados. Jaime se secó el sudor de la frente. "Todavía no hemos terminado".
Un nuevo comienzo
Al final, la familia Navarro fue trasladada a una casa más grande y moderna en un barrio cercano, cortesía de los militares. Sara estaba maravillada con el nuevo espacio, pero Jaime no podía deshacerse de la sensación de asunto inacabado. "¿Por qué nos trasladarían aquí?", preguntó, paseándose por el salón.
"Están ocultando algo grande", dijo Gonzalo cuando Santiago y él lo visitaron más tarde. A pesar de su nuevo hogar, el misterio del túnel seguía atormentando la mente de Jaime. "Tenemos que volver".
Una última advertencia
Una noche, Jaime, Gonzalo y Santiago regresaron a hurtadillas a la antigua propiedad, sólo para ser sorprendidos por guardias militares cerca del túnel sellado.
"Se han pasado de la raya", dijo un oficial con severidad. "Se han trasladado por su seguridad. No regresen". Les dejaron marchar con una última advertencia, pero mientras Jaime se alejaba, el zumbido del túnel seguía resonando en su mente. Por muy cómodo que fuera su nuevo hogar, no podía olvidar lo que acostumbraba a haber bajo aquel árbol.